domingo, 15 de marzo de 2015

MOTIVACIÓN PARA ESTUDIAR/ TAREA De VARIOS

¿Qué es estar motivado?

Comentario entre profesores: "Decimos que no tienen interés, pero tendríamos que ingeniárnoslas para generar su entusiasmo, como el otro día, que hice un juego: atendieron todos, aprendieron y se lo pasaron muy bien".
La motivación se entiende así fundamentalmente como las estrategias o los ardides que tienen que llevar a cabo los profesores para conseguir que el alumno trabaje.
Indiscutiblemente, el camino es procurar hacer las clases atractivas y un medio importante es utilizar alguna actividad lúdica, novedosa, sorprendente..., pero todos sabemos que las situaciones escolares son, con frecuencia, arduas, y requieren disciplina y esfuerzo. Procurar la motivación pasa por esta labor de los profesores, pero no es posible, ni siquiera conveniente, mantener tantas facilidades. Tampoco debería dar lugar a que termináramos ajustando los contenidos de enseñanza a los niveles de pereza que muestran algunos alumnos, ni mucho menos a que nos limitemos a dar solamente el "postre y los dulces" cuando necesitan también otro tipo de alimento.
Esta idea de que el trabajo escolar requiere esfuerzo es fácil entenderla mal; no se trata de pensar que aburrir a los alumnos es algo inevitable, sino de hacer muchas cosas para que desplegar y sostener su esfuerzo les merezca la pena. La actuación del profesor no puede reducirse a invocar la disciplina o la voluntad como una habilidad concreta que debe ejercitar el alumno. Debemos hablar de voluntad, pero siempre como consecuencia de una capacidad global de formación personal. Marina, en su artículo (página 21), la relaciona directamente con la inteligencia: "La voluntad no es otra cosa que la motivación inteligente... más que una facultad, es un proyecto de la inteligencia para alcanzar la autonomía personal".
La motivación es una amplia capacidad, porque la disposición y la realización efectiva del trabajo escolar requiere que enseñemos: valores superiores, como la satisfacción por el trabajo bien hecho, la superación personal, la autonomía y la libertad que da el conocimiento...; además, es una cuestión de procedimientos: requiere parcelar un trabajo costoso, darse autoinstrucciones, relacionar contenidos, trabajar en equipo...; y también exige conocimiento: el ser consciente de las circunstancias que favorecen y desaniman las ganas de trabajar.
La motivación que perseguimos pretende un carácter permanente; no es, simplemente, la causada por una actividad concreta, un tema atractivo o un extraordinario profesor, sino que debe sostenerse ante circunstancias menos favorables.

¿Por qué unos alumnos están motivados y otros no? ¿Qué responsabilidad tienen los profesores?

Comentario entre profesores: "Este alumno no tiene ningún interés por aprender, no es extraño, teniendo en cuenta el ambiente familiar y las lagunas que tiene. No podemos hacer nada".
Las causas de la desmotivación pueden ser muy variadas, siempre vamos a tener que hacer un análisis de las influencias que recibe el alumno y de su historia, especialmente de su historia de aprendizaje. Vamos a considerar responsabilidades tan directas como la de la familia, el grave condicionante de un medio social desfavorecido, el peso de una historia escolar llena de fracasos, ... y cómo nuestra intervención está limitada por todos estos condicionantes. Nos vamos a encontrar con la dificultad de romper con unas expectativas, atribuciones, falta de hábitos, prejuicios, falta de conocimiento y habilidades... y es difícil que se produzcan cambios.
La familia es la primera variable y la más constante; la disposición para aprender se la enseñamos a nuestros hijos con nuestras preguntas y comentarios, o siendo modelo o ejemplo en nuestra vida cotidiana. Teresa Huguet explica tres aspectos de la dinámica familiar que tienen una influencia destacada en la motivación escolar de los hijos: su actitud ante el conocimiento y la escuela, el tipo de relación afectiva que establece con su hijo, y las destrezas y habilidades que despliega para motivarle y ayudarle en el trabajo escolar. Aporta también algunas ideas para los centros que se planteen favorecer y aprovechar la educación familiar.
Además de todo esto y de sus posibles problemas, lo que sucede en el aula tiene también una influencia y la posibilidad de ir desarrollando otra historia que lleve a reconstruir la capacidad de motivarse. El profesor dirige el aula como un profesional que tiene como objetivo la educación de todos, pero tiene que ser consciente de las influencias que recibe; reconocemos así que hay alumnos que animan nuestra ayuda, pero también hay otros que casi no la merecen. Todo lo que se realiza en clase tiene una influencia mutua: la actuación del profesor, del grupo y la del alumno individualmente considerado está condicionada, es interdependiente.
Hablamos de una interacción educativa cuando el alumno pone en marcha la actividad constructiva que requiere el aprendizaje significativo, promovida por el buen clima de trabajo de sus compañeros y la enseñanza mediadora del profesor que facilita todo el proceso (cuadro 1).
Cada uno de los alumnos tiene una historia detrás y unos condicionantes en el aula, pero lo que llegan a realizar dentro y fuera de clase es, en último término, una decisión personal. Prácticamente, en cualquier circunstancia coinciden en un alumno motivos para ponerse a trabajar y motivos para no hacerlo; imaginémoslo en su casa a las 6 de la tarde y le suponemos con ganas de encender la TV, salir con los amigos, tumbarse en el sofá y, por otro lado, pensando que mañana le van a preguntar, que el tema no es difícil, que quiere aprobar la evaluación y, seguramente, ninguno de los motivos le conducen inexorablemente a la acción. Como educadores, tenemos claro que debemos formar personas capaces de decidir y llevar a cabo lo que más les conviene; tenemos que manejar todas las influencias posibles para conducir positivamente al alumno, pero esta intervención debe considerar su espacio de decisión y hacer al alumno consciente de ello (cuadro 2).
Estamos diciendo que "no aprender" es una decisión personal, pero lo natural es que las personas quieran aprender, porque el conocimiento supone poder hacer más cosas y controlar más todo lo que te rodea. Entonces, a un alumno desmotivado le pasa algo, no es simplemente que no quiera. El problema es muy complejo, no se trata de una enfermedad cuya curación dependa únicamente de un tratamiento del médico (léase profesor), sino que es un estado construido por la propia persona, y en último término, tiene que desmontarlo el protagonista. Eso sí, parece imposible que lo haga sin ayuda y dirección.
La ayuda y dirección que pueden dar los profesores para motivar a alumnos y alumnas depende muy directamente de su motivación para enseñar y de sus recursos para automotivarse sorteando los sinsabores que da la administración, la jefatura de estudios y los propios alumnos. Lo más importante no es que el profesor sea perfecto, sino que reconozca sus limitaciones y que haga cosas por mejorar. Sebastián Sánchez (página 13) reflexiona sobre las condiciones que perjudican la motivación del profesorado y presenta algunas propuestas para incidir y contrarrestar estos problemas.
Entender la motivación como una capacidad que se desarrolla y que hay que educar, exige una adaptación a muy distintos niveles. Es imposible lograr cotas altas de motivación y responsabilidad sin considerar la historia del alumno; hay que ir progresivamente. No se puede, por ejemplo, pedir dos horas de estudio a un alumno que lleva muchos cursos sin hacer nada. Estos cambios precisan tiempo, son lentos, es preciso mantener las ayudas y ajustarlas a los niveles de motivación y trabajo que el alumno vaya consiguiendo.

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