martes, 25 de agosto de 2015

hIJOS TIRANOS

La realidad de los hijos tiranos

  • Más de 17.000 menores han sido procesados en España por agredir a sus padres

  • Las víctimas, la mayoría madres (80%), tienen vergüenza a contar esta realidad

  • 'Es un problema de educación en una sociedad donde la autoridad está devaluada'

Un niño llora en el suelo.
Un niño llora en el suelo. CATI CLADRA
"No sólo no voy a recoger la mesa sino que me voy a quedar mirando a ver cómo lo haces tú, que esa es tu obligación y para eso me has parido", dice un niño de 11 años a su madre. Este y otros testimonios están recogidos en el libro 'El pequeño dictador crece' (La Esfera de los Libros), la última publicación de Javier Urra, psicólogo de la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia y de los Juzgados de Menores de Madrid (ahora en excedencia voluntaria) y actual director del proyecto recURRA GILSON.
En 2006, Urra ya publicó con gran éxito 'El pequeño dictador', un libro con el que abrió la veda de una realidad complicada, la de los hijos que agreden a sus padres. La de los hijos tiranos que hacen de su capa un sayo e imponen en el hogar su propia ley. Niños caprichosos, desobedientes y desafiantes con escasa responsabilidad hacia los castigos y con poca o nula capacidad de culpa. 
Ahora, nueve años después, sigue escribiendo de este problema creciente en nuestro país. Los datos hablan por sí solos. Desde 2007, más de 17.000 menores, mayores de 14 años, han sido procesados en España por agredir física o psicológicamente a sus progenitores. Sólo en 2014, 7.500 menores fueron juzgados por esta causa y eso que, según los expertos, sólo se denuncia uno de ocho casos. "No es fácil denunciar a un hijo, por ello las estadísticas se alejan mucho de la realidad. Los padres sufren 18 meses de violencia física hasta que deciden dar ese paso pero antes ha habido un proceso lento de violencia verbal, faltas de respeto y amenazas", explica Urra a EL MUNDO. 

La vergüenza de la víctimas

Javier Urra.
Javier Urra.
¿De veras un niño de seis años puede tener atemorizados a unos padres? La respuesta es clara y contundente: Sí. Y, además, es una realidad que se vive en silencio. "La víctimas, la mayoría madres (80%), tienen miedo a contarlo por vergüenza. ¿Cómo es posible que no sepa controlar a mi hijo? La gente se va a reír de mí, me va a decir que cómo no soy capaz de educar a mi propio hijo".
Estos 'pequeños dictadores', como él los llama, reflejan desde pequeños conductas tiránicas. Esto es, buscan causar daño o molestar permanentemente, disfrutan con ello, amenazan o agreden para dar respuesta o su hedonismo o nihilismo creciente y eluden responsabilidades y culpan a los demás de sus actos. En segundo lugar, utilizan a sus padres como si fueran 'usufructos' o 'cajeros automáticos': les chantajean y les hacen partícipes de sus trapicheos y usan la denuncian infundada para conseguir lo que quieren. Y, por último, apuntan mucho desapego: transmiten a los padres que no les quiere de manera profunda. 
Habitualmente, se trata de chicos de 14-15 años (dos tercios son chicos) estudiantes de 2º-3º de la ESO, que consumen alcohol y otras drogas (Según el Plan Nacional de Drogas, en el último decenio se ha multiplicado por cuatro el consumo de cocaína entre menores de 16 años). Eclosiona sobre los 16 años, pero el problema, normalmente, viene ya desde la infancia, donde observamos las conductas y actitudes nombradas anteriormente.
"Conozco a gente de las más altas instancias de Seguridad de este país que están acostumbrados a mandar a miles de hombres, que no se asustan ante nada y no pueden con un hijo de siete años. Y es que, haga lo que haga, no le va a decir nada, por tanto el niño ha aprendido, por ejemplo, que puede llegar a un restaurante y tirar el plato de macarrones al suelo si no le gustan", señala Urra. 
El problema existe en todas las clases sociales, no tiene porqué darse en familias con un nivel cultural más bajo o con un nivel socioeconómico más escaso. No es un problema de clases ni de cultura. "Es fundamentalmente, un problema de educación en una sociedad donde la autoridad está devaluada", admite.

El niño como un tesoro

Desde hace cinco años, y para dar una alternativa más terapéutica y no judicial a este problema, Urra dirige recURRA GILSON, un campus donde los chicos ingresan voluntariamente para poner fin a sus problemas de familia. "Al no ser un centro de carácter judicial damos otra alternativa, de hecho sólo el nombre 'CAMPUS' indica que no es un centro de menores ni nada por el estilo. No son chicos delincuentes ni tienen problemas sociales, pero sí de familia", señala. "En estos años, hemos aprendido que los chicos lloran, que quieren querer a sus padres, pero hace falta reeducarles de nuevo, darles una salida. Por ello, es fundamental trabajar no sólo con los hijos sino también con los padres.", añade.
En la actualidad, los divorcios aumentan, proliferan los hijos únicos, se tienen cada vez más tarde y se adoptan con mayor frecuencia. Un ambiente óptimo para considerar al niño como una especie de tesoro que no debe sufrir. El exceso de preocupación de los padres hacia los hijos es un verdadero problema, pues el 40% de los padres y madres están desbordados y el 8% de éstos son agredidos por sus hijos. La madre enseña que el hijo es lo más importante de la casa y no la pareja, y esto es un error. El hijo es uno más. Ahí, radica fundamentalmente, muchos de los 'porqués'. 
"Una cosa es la conyugalidad y otra la parentalidad", aclara Urra. Muchos padres creen que el problema está sólo en la parentalidad y se olvidan de lo importante que es tener una buena relación de pareja. "¿El niño ve que los padres se quieren, que tienen relaciones y se respetan el uno al otro?", pregunta. Si la parentalidad y la conyugalidad es buena, la cosa es fantástica. Pero si la conyugalidad es mala y la parentalidad es buena, se pueden producir triangulaciones, tales como que el niño tome partido por uno de los dos, o bien que ambos hijo-madre o hijo-padre 'se pongan en contra del otro'. Hay que tener en cuenta estas dos variables, ambas cosas son importantes. "Muchos padres creen que el problema es sólo de parentalidad y en muchas ocasiones, no es así", concluye Urra.


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domingo, 23 de agosto de 2015

ABURRIMIENTO

  • Los pequeños de hoy están sobreestimulados, y cuando disponen de tiempo libre no saben qué hacer con él. Lejos de ser algo malo, puede ser la oportunidad para potenciar su creatividad

Parece un contrasentido, pero nada más lejos de la realidad: con el aburrimiento se pone en marcha la imaginación y surge la creatividad. Y ahora, durante las vacaciones de verano, es el momento ideal para que los niños aprendan a aburrirse y a romper con toda la sobreestimulación que viven el resto del año, como advierte Catherine L’Ecuyer, autora de 'Educar en el asombro' y 'Educar en la realidad').
Hay que acabar con el estigma de que el aburrimiento es malo. Al contrario, "es el preámbulo al juego y a la creatividad", sostiene L’Ecuyer. Algo de lo que la mayoría de los padres no son conscientes, pues gran parte de ellos se sienten culpables cuando sus hijos se quejan de que están aburridos. "Los padres se angustian por no saber qué hacer, creen que el niño lo pasa mal. Y se anteponen, como adultos, diciendo qué tiene que hacer para no aburrirse y a qué jugar", dice Verónica Corsini, psicóloga de Psyquia Servicios Psicológicos Madrid.
Incluso hay padres víctimas de los juegos educativos, según L’Ecuyer. "No es necesario comprar a los niños juguetes que caminan, libros que hablan o dvd para aprender idiomas. Está probado que lo que más necesitan es un buen desarrollo del juego y de las relaciones con sus principales cuidadores", defiende.
Sobrecarga de actividades
Los peques de hoy no se aburren más que los de otras épocas, sino quetienen menos recursos para afrontar ese aburrimiento, explica Corsini. "No son capaces de usar la imaginación ni de aprovechar su tiempo libre. Tienen de todo para entretenerse, sin embargo, carecen del tiempo y de las estrategias necesarias para crear su propio juego", opina también Patricia Francisco San Julián, psicóloga infantojuvenil de ISEP Clínic Madrid.
Las tres expertas coinciden en señalar que las nuevas tecnologías han contribuido a que ahora los niños pasen más tiempo ensimismados ante las pantallas y a veces no jueguen lo suficiente. "Cuando los niños se aburren, normalmente es porque su vida cotidiana está condicionada por un ritmo de vida frenético, por el consumismo o por niveles de estímulos demasiado altos y/o por la omnipresencia de las pantallas ante las que se vuelven pasivos", defiende L’Ecuyer. "Muchos niños antes que coger un lápiz saben mover el dedo para pasar la pantalla del iPad", se queja Corsini.
Los críos están sobreestimulados. No solo por las TIC: la sobrecarga de actividades extraescolares y una agenda diaria repleta de horarios sin apenas tiempo libre han hecho que los niños hayan perdido su capacidad innata para salir del aburrimiento. "Las nuevas tecnologías se usan como un recurso para todo. Se está haciendo un uso indebido de las pantallas para paliar el tiempo libre. Esto no implica que los niños tengan un problema porque no saben jugar, sino que no han aprendido a utilizar otros recursos diferentes. Los que juegan habitualmente con consolas se van a sentir aburridos más a menudo que otros que no. Incluso después de eliminar el hábito, puede que pasen meses antes de que encuentren otras actividades que les apasionen", sostiene Patricia Francisco.
Recursos cercanos
Aburrirse es muy común en los preadolescentes y adolescentes, de 10 a 14 años. En todas las edades, existen recursos muy sencillos para mitigar el aburrimiento. Desde actividades deportivas, ir al cine o colaborar en las tareas domésticas como forma de autonomía en los más mayores, a explorar el entorno más cercano para los más pequeños. "La playa es un sitio maravilloso para que los niños experimenten más la creatividad y desarrollen sus propios recursos", recomienda Verónica Corsini. "La naturaleza es la primera ventana al asombro, y el asombro es el deseo de conocer. No hay nada mejor que un paseo por la naturaleza, y si es con una lupa después de un día de lluvia mejor, para desaburrirse o pasar del aburrimiento al juego", aconseja L’Ecuyer.