domingo, 11 de enero de 2015

Muchas veces, no logramos nuestros objetivos porque, en algún momento, dejamos de intentarlo, es decir, nos limitamos a nosotros mismos, nos ponemos límites. “Ese rechazo esconde con frecuencia nuestra inseguridad o nuestra conciencia de no ser capaces de alcanzar un objetivo que nos resulta deseable. Cuando la zorra vio las uvas, trató de alcanzarlas. Tras tres intentos, después de comprobar que era incapaz de llegar a ellas, se dio media vuelta muy digna y dijo:”¡Bah! Están verdes, no las quiero”. Don Juan Manuel en El Conde Lucanor nos lo dejó muy claro en esta fábula: con demasiada frecuencia, despreciamos lo que deseamos para ocultarnos nuestra incapacidad de alcanzarlo. Lo cual no tiene por qué ser malo; todos necesitamos respetarnos a nosotros mismos y nos resulta más ventajoso para nuestra autoestima convertir en verdes las uvas  que aceptar nuestras limitaciones; es más útil para mí pensar que la chica es una engreída que no me interesa que aceptar que no soy una persona atractiva. El hecho en sí es normal. Lo penoso, lo que debemos evitar, lo que no te puedes ni debes consentir es no volver a saltar, porque entonces te habrás convertido en un elefante de circo.
Cuenta la anécdota que un día llegó un circo a la ciudad y levantó la carpa en la explanada que había frente a la casa. Desde la ventana, veían unos hermanos cómo se realizaban lo trabajos y estaban admirados de la fuerza que desarrollaba el elefante transportando fardos, mástiles y tirando de las cuerdas. Finalizados los trabajos, quedó el elefante en un rincón de la explanada encadenado a una pequeña estaca. A la hermana le llamó la atención cómo un animal tan fuerte pudiera quedar encadenado de un palo tan pequeño. Un solo tirón de su pata y se libraría, eso seguro; pero, ¿por qué no lo hacía?  Cuando sus padres los llevaron al circo, se acercó al elefante y allí estaba su cuidador echándole algo de comida y rellenándole el balde de agua. La niña no pudo contener su curiosidad y preguntó: “¿Cómo es que un animal tan fuerte no arranca la estaca a la que lo encadenáis?”. “Verás -respondió el cuidador-, es muy sencillo. Cuando es pequeño lo encadenamos a la estaca. Entonces no tiene fuerza suficiente y lo intenta y lo intenta sin conseguirlo. De esta forma se convence de que no tiene suficiente fuerza para arrancarlo y deja de intentarlo. Y como está convencido ya no lo intenta más. Por eso se queda prisionero con toda su fuerza de una estaca tan pequeña”.
Desgraciadamente, conozco a muchos elefantes de circo, personas con un potencial maravilloso, con unas capacidades asombrosas, con una inteligencia aguda, que se han estancado ante una dificultad que en su día no lograron superar, y desde ese momento dejaron de intentarlo. Aunque se lo digas, no te escuchan, porque mantienen vivo en su recuerdo el fracaso, y porque están covencidos de su incapacidad, son incapaces. ¿Eres tú un elefante de circo?”

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